domingo, 2 de septiembre de 2012

El Pregonero de Uceda nº13








































 



INNOVACIÒN: UN VIAJE HACIA COMO EMPEZARON LAS COSAS

ABSTRACT
Recolectar  información sobre el origen de las cosas incentiva la inspiración para desarrollar procesos creativos. En tiempos de internet debemos replantearos nuestra actitud frente a la innovación y la creatividad, buscando nuevas perspectivas que potencien el espíritu emprendedor y los desafíos que esto implica en el ámbito educativo. Potenciar el ingenio no se reduce a diez concejos, sino a un trabajo articulado que debe comenzar desde la niñez con el objetivo de mejorar la sociedad en todos sus espacios.                                                   


Si la innovación no es para ser desarrollada por profesionales solamente sino por amateurs apasionados que crean servicios, productos y paradigmas constantemente, es perfectamente posible crear ámbitos culturales, educativos y sociales donde puedan prosperar las cualidades creativas del individuo. De hecho la Revoluciòn Digital està logrando que el mundo sea màs abierto y transparente. Al mismo tiempo, coleccionar información sobre el principio de los grandes cambios tecnológicos, económicos, sociales y artísticos no sòlo es un gran logro sino que dependiendo de su profundidad, nos darà una fuente de inspiración creativa para todos aquellos que quieran desarrollar un espíritu emprendedor. Simplemente pensemos en el origen del primer Cafè en Londres, allà por el año 1650 y su evolución hasta llegar a los tremendos Starbucks’ Coffee Stores de hoy. O como el desarrollo de nuevas plataformas para la utilización de los satélites permitió la creación del GPS.
Pero todo empieza por el individuo y su actitud frente a la creatividad, su  percepción frente a la posibilidad del cambio. Por lo cual deberíamos empezar por preguntarnos: ¿ Què hacemos con nuestras ideas ?  ¿ Deberìamos anotarlas para no perderlas en la vorágine de la “ social media ” ? Consideremos que todo puede producir la ruptura con el presente, tal vez no hoy pero sì en un futuro cercano. Pero dentro de nuestras responsabilidades también deberíamos definir el tiempo que asignamos a generar nuevas ideas que identifiquen los nuevos conceptos que necesitamos para entender y continuar evolucionando este mundo transformado por Internet. Parte de nuestra responsabilidad en este nuevo entorno es asignar tiempo real a la creatividad dentro de nuestra planificación diaria.
Y como empleamos ese tiempo? Buscando nuevas perspectivas, es decir nuevas àreas que sean plataforma de lanzamiento para gestionar el nuevo conocimiento que debe ayudarnos a manejar la incertidumbre del Siglo XXI. Definiendo al conocimiento como el capital intelectual que los individuos y las organizaciones tienen para usar eficientemente los recursos que deben utilizarse para conseguir las metas y objetivos. Y èsta es una ventaja competitiva sustentable que hará que nuestro espacio sea un mejor lugar en el futuro. Si además basamos esta gestión en principios activos como el compromiso, la confianza mutua, la transparencia, la integridad, la colaboración y el compartir con todos los involucrados, todo esto alineado hacia una visión común, funcionaremos con mayor probabilidad de éxito.
Continuarìamos tratando de definir el perfil de un innovador. Sin duda deberìa cultivar la humildad intelectual para aceptar otras perspectivas que impliquen ruptura, cambio o evolución sobre la situación actual. Al mismo tiempo debe respetar el capital intelectual conseguido sin afectar el medio ambiente y mejorando las condiciones del ser humano. Generar espacios y  estructuras que permitan la participación en la generación de ideas, asumiendo riesgos, que potenciaràn el proceso creativo, o sea animarnos a impactar con algo extraño hoy dentro de este mundo conocido. Este proceso seguramente se potenciarà en un ambiente caòtico donde las diferentes posturas colisionen hasta llegar a las mejores respuestas. Identificar y respaldar nuestros talentos que descubrirán aquellas respuestas, nos permitirá no acompañar el crecimiento sino liderarlo. Y para obtenerlo debemos tener confianza creativa, como cuando somos niños, y todo nos sorprende, sin temor a las preguntas ni a los juicios. Finalmente, al descubrir la exigencia de la tarea innovadora deberíamos discernir que los nuevos desafíos requerirán una planificación y una articulación de tareas sistemáticas sin olvidar la diversión en el camino hacia la próxima idea.
Caminar tratando de captar lo que nos rodea, mirar a través de la ventana de un auto, detenerse en detalles o en errores, abrirà nuestro caudal inspiracional. La proyección de una película, una pieza musical adecuada al momento, un buen texto o la combinación de colores y formas en una pintura producirán gratas sorpresas en la génesis de lo nuevo. Entender  palabras, imágenes, sentimientos, conexiones nos permitirá absorber màs información para visualizar las grandes ideas.
Un cambio que se produjo en este siglo es que la innovación no comienza con una patente. Una patente implica no sòlo proteger una idea o un invento sino que se conoce y describe perfectamente el objetivo de la misma. Hoy la innovación va evolucionando con el uso incremental del consumidor o del usuario, descubriéndose constantemente nuevas aplicaciones, usos, necesidades de capacitación implícitas y valor agregado. Estas implicancias no sòlo modifican la idea original sino que ponen en manos de una enorme cantidad de individuos la posibilidad de acelerar la explosión de la idea hasta lìmites previamente insospechados. Què parecido con la evolución constante del universo! La tecnología de software abierto, sin licencia, que crean productos de libre distribución es un buen ejemplo de lo atractiva que es la innovación hoy, al desafiar el pasado y buscar permanentemente saltar las vallas de muchísimos sectores, no sòlo IT, sino de otros como entretenimiento, comunicación, educación y porquè no la manera de hacer política.
Otro cambio es la utilización del tiempo libre, el ocio, vacaciones o el asueto. Un famoso restaurant catalán, El Bulli, catalogado durante varios años como el mejor del mundo, trabajaba sòlo siete meses al año dedicándose los otros cinco a preparar el nuevo menú para el siguiente año, donde se repetirìa la misma división del tiempo. Un sinfín de  proyectos innovadores se desarrollan de esta manera , combinándolos con estadìas en lugares únicos, donde podemos lograr que nuestros pensamientos rejuvenezcan y se refresquen.  
Ahora,  ¿ de donde vienen las ideas realmente ? Hay modelos corrientes que se repiten y por esto es necesario hacer un “tour” hacia el pasado. Si una idea es una nueva configuración en nuestro cerebro respecto a modelos anteriores, tambièn debemos ser perspicaces para valorizar lo que descubrimos. No debemos caer en lo que afirmó un famoso astrónomo a principios del Siglo XX:  “ Volar en màquinas màs pesadas que el aire es inútil, insignificante y totalmente imposible “. O lo que dijo un laboratorista de 3M en 1952 acerca del adhesivo que 30 años después se utilizarìa en el “ Post-it “: “ un adhesivo que no es permanente no es comercializable “. Un último ejemplo es el relato de la invención del horno de microondas, cuando un ingeniero de la compañía Raytheon se detuvo frente a un magnetrón – la fuente de poder de un radar – y notò que lo que guardò en el bolsillo como una barra de dulce ya era una masa pegajosa e irreconocible, concibiendo la tecnología del actual horno de  microondas. Puede ser suerte pero seguramente lo mejor es tener una actitud donde simplemente nuestra mente estè alerta y preparada en el momento apropiado para que se pueda transformar usos y costumbres de nuestra sociedad.
Y acà podemos incluir nuestro desafío como ámbito universitario. En nuestro entorno educativo debemos hacer florecer el espíritu emprendedor, reconociéndolo, promoviéndolo y fomentándolo. Enseñàndoles a preguntar  ¿ Porquè ?  ¿ Està bien porque simplemente es lo normal ?  Recuerdo cuando un profesor de un posgrado que hice hace algunos años, dijo que acà  “ vamos a enseñarles a preguntar “. En ese momento no tuve la dimensiòn de lo que estaba compartiendo con nosotros, pero aseguro que me potenciò como pocas veces antes. Herramientas, materiales y guía junto con casos de resolución creativa de problemas reales ayudaràn en esta dirección, que seguramente se canalizarà en la personalización de la educación.
Una vez que comenzó el proceso creativo y ya se incubò la idea, el debate abierto, pletórico de estímulos y sin restricciones validaràn los descubrimientos. Hoy ya no basta con pensar en un cuarto pintado de azul, o esperar momentos cuando no estamos alertas o soñamos despiertos. Ni tampoco el uso de palabras genéricas o haber vivido en muchos países. Hoy la interactividad entre organizaciones, comunidades e individuos nos permite intercambiar gigantescos volúmenes de contenidos a enormes velocidades. Montar esta ola generarà nuevos y mejores contenidos.
De eso se trata: encontrar las claves para vivir una vida creativa y feliz.

ING. CARLOS N. PAPINI



 
HOY ES 7 DE AGOSTO 2005

 Mis reflexiones



Hoy es siete de agosto de 2005. Un día más de este estío que amenaza con derretir las piedras en el suelo, y a lo que se ve, también la sesera de muchos descerebrados.
El suelo, nuestro suelo, que nos empeñamos en mantener calcinado por la tala indiscriminada de árboles; por la falta de limpieza de los montes, que llenos de maleza, propician la propagación de incendios; por incendios provocados por pirómanos dementes, en busca de la notoriedad que saben que les otorgará la “caja tonta”, o buscando oscuros intereses de recalificación de terrenos, y la ley, que como todos los veranos está de vacaciones, y aunque no lo estuviera, por que la ley es como el cuchillo, «Nunca corta a quien lo maneja», no les exigirá cuentas por sus fechorías, o si se las exige, siempre será rentable hacer una fogata para hacer una parrillada o para salir en la tele. Aún así, siempre contarán con la inestimable ayuda de abogados de “secano” capaces de defender lo indefendible, argumentando la presunción de inocencia o cualquier ataque transitorio de demencia ¿Qué presunción, ni qué demencia?
Hoy, que como cualquier otro día, desde hace un mes, está ardiendo media España, he quedado anonadado por una noticia aparecida en un medio de comunicación.
La noticia se trataba de una familia: padre, madre y un hijo; este último, tiempo atrás padeció un accidente automovilístico.
Fruto de aquel accidente, el chico ha quedado muy limitado en sus funciones de movilidad, razonamiento y coordinación, y  gracias a la labor encomiable de los padres, el chico se ha recuperado hasta los límites máximos permitidos por las lesiones sufridas.
Me impresionó mucho ver la dedicación de esos padres, la expresión del chico siguiendo fielmente las indicaciones de ellos, y el trabajo inestimable de esos progenitores dedicándose día a días a la recuperación de su hijo ¿Qué padres no lo harían?
Siendo altamente impactante la noticia, quedé sobrecogido cuando la madre, la fuente de esa vida y soporte emocional del hijo todas las madres son guía y soporte emocional de sus hijos, se hizo la pregunta: ¿Y cuando yo no esté, quien cuidará de mi hijo?. La pregunta quedó sin respuesta, pero fue ella quien se respondió así misma: «Si no existe una organización que pueda cuidar de mi hijo, cuando yo no esté, no me importará nada llevármelo conmigo, así de claro»
En ese momento, me encontraba sentado a la mesa, estaba solo, y tal vez por ello me centré más en la noticia, y lloré, no me avergüenza confesarlo, lloré de rabia e impotencia, me sentí totalmente desvalido en una sociedad individualista, a la que he contribuido a fortalecer con cuarenta y seis años de trabajo y cotización de impuestos. Esa sociedad egoísta, pendiente de enriquecerse lo más rápido posible, a costa de lo que sea y de quien sea, con tal de conseguirlo. Esa sociedad que ruge y brama por que no se ayuda a países subdesarrollados. Esa sociedad que se rasga las vestiduras por que alguien intenta poner un poco de orden en el mare mágnum de la inmigración incontrolada. Esa sociedad hipócrita que pide que se haga lo contrario a lo que piensa que debería hacerse. Esa sociedad que baila el agua a los gobernantes de turno, solo para obtener subvenciones para sufragar bodrios que luego tiene que seguir pagando el contribuyente para seguir entonteciéndose. Esa sociedad, que dilapida cantidades ingentes de dinero del erario público, para costear los gastos de un ejército, en países donde sus habitantes han decidido que no quieren vivir como nosotros. Esa sociedad que, en lugar de pedir a los representantes del pueblo en el Congreso que trabajen y cambien las leyes para adaptarlas a las nuevas normas de la vida, anima y jalea a los autores de los grandes escandalo financieros (léase pelotazo), y comenta en nota de chiste, la capacidad y hombría de esos delincuentes. En fin, esa sociedad, que se considera capaz de corregir todos los errores del mundo y solucionar todos los problemas de los necesitados de la tierra, siempre que sea con dinero del prójimo, es incapaz de prever lo que le ocurrirá a ella, ahora, ya.
¿Nadie se pregunta qué será de nuestra sociedad, cada vez más envejecida, si quien dilapida tantos caudales y no toma medidas para corregir lo que parece inevitable?. Una sociedad justa es la que primero se preocupa por solucionar sus propios problemas, para que todos los que vengan después no padezcan carencias, y después, es cívico y obligatorio, ayudar a los necesitados.



Diego Godoy Blázquez

Madrid, a 7 de julio de 2005





UN CANE È UN CANE.

Hai voglia tu di cercar di convincerlo che sei  San Francesco che parla agli animali e quelli se ne stanno buoni come animalucci ad ascoltarti.
Il cane che mi azzanna all’avambraccio,  voglioso di una scaloppa al sangue, non molla la presa ed io non so più che dirgli.
Ho già parlato del più e del meno, più del meno che del più. Ora provo col più e con accenti severi tento di convincerlo delle mie buone intenzioni.
Solo l’intervento di un’esile damigella accorsa in mio aiuto, con un semplice nome, quasi sussurrato, gli fa mollare la presa.
Bone.
Resto nell’incertezza. E’ il suo nome o il richiamo al concetto di osso? E non corro il pericolo che proprio quel concetto lo induca a identificare l’avambraccio con il suo contenuto?
Dato che il risultato è soddisfacente ed il cerbero si allontana come se niente fosse, senza nemmeno una scodinzolata di scusa, non mi pongo altri quesiti e, dopo aver ammirato la perfetta impronta dei canini nella mia giacca, mi rivolgo alla dolce  ed eterea fanciulla per spiegarle il perché ed il percome ho risvegliato l’interesse del mastino.
E’ vero, mi trovo all’interno del recinto di una proprietà aliena. Aliena a me.
E’ vero che surrettiziamente sono transitato per il cancello aperto senza lanciare segnali di preavviso.
E’ però anche vero che la mia specchiata reputazione ha qualche incrinatura solo riguardo alle cameriere procaci, cosa che all’apparenza non corrisponde, come ruolo e come figura, alla mia salvatrice.
La fanciulla, a ben vedere, tira più ai trenta che ai venti ed i suoi modi, pur misurati, rivelano una fermezza  da  vigile urbano appena assunto.

Naturalmente sono preparato a dare una risposta plausibile all’ovvia domanda che mi aspetto mi sarà fatta.
Il guaio è che lei mi guarda dritto negli occhi in modo penetrante, senza esitazione, fino all’umor vitreo.
Se le rifilo la bugia preparata sono sicuro che me la fa rimangiare di traverso, riconsegnandomi  al dolce Bone, carne ed ossa.
Perciò ne invento una nuova ad hoc. Mostro tutto l’imbarazzo possibile, poi:
Mi scappa la pipi… e col cancello aperto, per non farla in strada…
In questo modo trivellando nei miei occhi può uscirne un carotaggio non proprio genuino ma pulito. Ciò che mi può giustificare è che sono un barbone, nel senso sociale ed economico del termine. Abbastanza distinto ma sempre un mendicante barbone sono.
Non eleggo la mia cuccia sotto i ponti, come la gente crede facciano i barboni, perché è stupido dormire all’addiaccio quando ti si concede un materasso ed una coperta sotto un tetto, anche se in comune con tanti altri. Non lenzuola. Quelle no. E’ roba da signori. Le coperte di finta lana, più pratiche, non necessitano lavaggio, se non  proprio quando, messe a terra, si allontanano da sole.
Ed un pasto, molto standard, ma salutare, certe volonterose signore, generalmente grosse di sedere e col viso ornato da qualche ciuffo baffoso, te lo rifilano su lunghe tavolate. E magari ti riforniscono anche di uno spolverino usato, se sei abbastanza furbo da mostrarti affascinato e propenso a lasciarti trascinare nel  vortice del loro spazio vitale.
La pallida damigella, nel suo grmbiulino plissettato, pare tendere a credermi e mi fa cenno di seguirla verso casa.
Questo mi dà modo di formulare un rapido giudizio su di lei.
Non è la padrona ma fa da tale. Si muove con sicurezza senza prodursi nella danza dei fianchi come fanno le serve quando sono seguite da un ospite e non si mette esattamente davanti a me sulle scale in modo da farmi ammirare le gambe. Mi sta davanti, un poco di lato, e lascia al mio fianco Bone che finge di ignorarmi.
E’ chiaro che ha capito chi e cosa sono, anche perché m’infila in uno sgabuzzino senza finestre dove posso fare il tiro a segno con il foro centrale di un cesso alla turca.
Impiego il giusto lasso di tempo per guadagnare  credibilità, poi faccio scorrere rumorosamente l’acqua dal rubinetto di un piccolissimo lavandino che scarica direttamente con una canna nel buco della turca.
Sono un barbone pulito, io, scrupoloso e rispettoso. E grato.
E perciò mi produco in una girandola di ringrazianenti e di frasi fatte tale da far vergogna a me stesso.
Con occhi di ghiaccio e lingua di velluto mi accompagna al cancello insieme all’animale ignorante ( ignora un santo come Francesco), poi, quando ancora una volta mi volto verso di lei per dirle ancora grazie fissandola con il mio sguardo più assassino,
Vuole qualcosa per mezzogiorno? Passi da dietro ed entri senza far rumore.
Gentile, la guaglioncella, intanto ti guarda con occhi a caramella di menta glaciale succhiata.

Io così so di essermi guadagnato cinque pezzi da cento.
Coloro che me li hanno promessi desiderano alcune dritte sul come è la casa e chi ci vive.
Per farne che?  Non è affar mio. Una volta in possesso dei cinque foglietti colorati, debitamente firmati dal governatore della banca dello stato, l’archivio dati della mia memoria diventa come il lenzuolo che alla sera le dame baffute si astengono dal darmi. 

E’ proprio il mio aspetto equivoco da barbone istruito che induce certi distinti signori ad incaricarmi di fare piccoli sondaggi là dove essi stessi mi indicano, e riportare la mie preziose, molto professionali indicazioni.
Dopo di che, ognuno torna a far parte della indistinta umanità che tanto soli ci fa sentire in mezzo alla sua moltitudine.

Al mio apparire sulla porta posteriore del palazzo, la miss  mi fa strada senza proferire verbo.
La laconica fanciulla mi accenna ad un tavolo d’angolo nella dispensa e scompare dalla porta di cucina dove, presumo, abbia accesso la servitù di categoria A.
La penombra della stanza mi permette di distinguere una intera parete occupata da scaffali colmi di barattoli e scatole di latta, mentre, la parete opposta sopporta, appesi, grandi tegami e padelle, di quelli che si usano raramente.
Quando riappare tiene fra le mani un piatto ovale di buona dimensione che subito mi fa sperare in un valido diversivo rispetto agli invariabili rigatoni o penne al pomodoro più aluccia di pollo e finocchi,       offerta  fissa   della mensa, con trionfo finale di una melina verde che da quella originale di Adamo ed Eva direttamente deriva, immune dalle formidabili scoperte della genetica che hanno enormemente migliorato la specie.
Cerco di interpretare il menù ma la mia benefattrice mi precede parlandomi di un piatto alla catalana.
Siccome non si finisce mai di imparare, scopro così che alla catalana significa semplicemente crudo e senza condimento. Si tratta di un misto di verdure costituito da finocchi (ancora), sedano, carote e cipolla.
Non mi resta che apprezzare la mezza pagnotta che accompagna il lauto pranzo.
Sarà questa la abituale dieta dei signori che abitano il palazzo?
Dovessi un giorno tornare ad essere qualcuno li inviterò alla mensa per far loro scoprire un mondo di leccornie indimenticabili.
Quando mi riaccompagna al cancello faccio mentalmente i conti dei miei risparmi per vedere se posso concedermi una pizza.
L’appuntamento per la riscossione dei cinque pezzi è per le ventuno in una casa a me nota dei sobborghi.
E qui sta il bello della vita, anche per uno come me che le vicissitudini della medesima hanno ridotto a ricovero e mensa dei poveri.
Perché, non crediate che sia questa la condizione cui sono giunto in seguito ad una libera scelta.
La scelta libera è stata quella di accanirmi a volermi arricchire frequentando certi homo sapiens che attorno ad un tavolo verde mi hanno fatto vedere lucciole dopo aver io creduto nelle lanterne.
Ma non mi lamento, anzi, in questo modo ho scoperto tutta una società diversa che ha suscitato in me l’interesse e l’entusiasmo del neofita.
Compreso Malveron, l’ispettore di polizia che mi vola attorno come una falena ogni volta che qualche colpo viene compiuto nei dintorni.
Ma queste sono digressioni.  Dicevo del bello della vita.
Il bello della vita sono le sorprese. L’inaspettato. Che se non ci fosse si morirebbe di noia.
Non si tratta di sorprese alla mensa, l’impossibile non può far parte della realtà, per quanto sorprendente essa possa essere.
Ciò che mi lascia di stucco è trovare, in compagnia dei tizi miei debitori, la fanciulla della casa suddetta.
La quale, nella sua laconicità, mi ordina:
Si sieda.
Sono stranito.
Il solo motivo di soddisfazione è che non si tratta di un invito a cena. 
Per il resto, la cosa mi provoca un antipatico sudore alla collottola, quello che ogni volta che compare non promette nulla di buono.

Io ho coltivato nel mio piccolo i piaceri della vita dando, per così dire, un colpo al cerchio ed uno alla botte.
Nel senso che, barcamenandomi fra malviventi, che ufficialmente non conosco, e poliziotti che sostengono di conoscermi, finisco sempre, per usare un’altra frase fatta, per mettere insieme il pane con il companatico o, se si preferisce, il pranzo con la cena.
Intendiamoci, non sono una spia. Racconto agli uni ciò che vengo a sapere dagli altri e soprattutto racconto ai flik ciò che gli altri desiderano far loro sapere.
Tutti sono contenti e, con qualche mancia, io pure.
Questo perché non sono il barbone bruto, quello che si trascina per le strade raccattando cicche.
Io ho una mia dignità. Gli abiti di seconda mano che indosso ebbero un certo lustro ed il mio eloquio non è di infimo ordine ma è frutto di accurati studi fatti quando ancora ero lontano dall’essere affascinato dalle lanterne.
Potrei addirittura dedicarmi a un lavoro, e non fra quelli più ignobili, basterebbe che giungesse finalmente il giorno in cui mi fisso un appuntamento con la decisione di cercarlo.
Reinserirmi nella borghesia falso produttiva mi alletta come ricevere una mano di schiaffi.

Dunque, c’è odor di cacca in questa storia.
Che ci fa la fanciulla della casa di Bone da queste parti, con questa gente? Ho la precisa sensazione di esser stato preso in giro.
Se mi danno i miei cinque me li stringo al seno e con loro faccio la fuitina.
Ma i cinque non compaiono. Si fa strada invece fra il mutismo generale la voce pacata della inventrice delle ricette alla catalana.
Sono presenti anche i quattro dell’Avemaria. E’ sempre alla sera che si fanno vivi, come quando suona l’Avemaria, credo. Sono quelli che mi hanno assunto a tempo più che determinato.
Mi dico che quella dei cinque bogliettoni  è la sola cosa da far presente, ma la passabile donzella (non dico la bella perché non esagero mai) col solo accennare alla sedia con lo sguardo, mi fa capire che  è il momento di concedermi il lusso di pendere dalle sue labbra.
Guardo interrogativamente i quattro ma è come se  guardassi  Ramsete II  ad Abu Simbel.
E’ ancora la Miss che col montacarichi fa risalire le parole alla sua bocca.
E non chiamiamola più Miss eccetera, ha un nome, anche se lo imparerò nel prosieguo degli eventi.
Si chiama Berta. Miss Berta.
La quale, con a plomb, mi si rivolge:
Signor Franck  - sa anche il mio nome la fantomatica fantesca -  lei è qui per aiutarci e per fare un piccolo guadagno che certamente sarà di suo gradimento. Deve solo eseguire i nostri ordini alla lettera.
Evito di guardarla in faccia e mi fisso su ognuno dei quattro ectoplasmi.
Non conosco i loro nomi e credo che questa ignoranza mi aiuti alla sera a prender sonno avvolto nella coperta al calduccio con le mie pulci.
Berta riprende:  - Oggi ci siamo conosciuti e posso dirle che lei ha superato l’esame. Occorre solo ripulirla e darle un adeguato corredo.
Perché?  - oso.
I dettagli li conoscerà in seguito, per ora sappia soltanto che il suo compito rientra del tutto nella legalità.

La discussione che segue mi immerge vieppiù nell’oscurità della materia, ma mi dimostra come la democrazia abbia preso piede nella nostra società.

Il magro con la testa d’uovo ed il naso adunco propone che io passi dal corridoio del “Nulla da dichiarare” ed ottiene l’approvazione di quello con la ciocca bianca sulla tempia e con il mozzicone spento di sigaro in bocca. Invece gli altri due sono propensi a farmi passare dalla via della dogana.
La differenza è sottile. Nel “Nulla da dichiarare” se vengo fermato e mi controllano mi metto in una vantaggiosa posizione di colpevolezza, ma c’è il rischio di non venir controllato. Passando dalla dogana vengo sicuramente controllato, ma potrebbero credermi sulla parola se affermo di non aver nulla da dichiarare.
Sono due contro due ed ecco la democrazia. Berta interviene e decide di farmi passare dal “Nulla da dichiarare”.
Oltre al nulla da dichiarare a me pare anche che nulla ci si possa capire, salvo che il tutto non mi piace, ma non appena accenno a chiedere lumi vengo spento di brutto come una radiosveglia al mattino, rimandando ad altra occasione le istruzioni.
Ci sono poi altre cose che mi trattengono dal bofonchiare.
Miss Berta non doveva essere la vittima? E se lo è come posso io sputtanare tutti parlando di un giusto compenso per averla raggirata?
E se invece, come sembra, è proprio lei il deus ex machina, che valore hanno le sue parole?
C’è una componente che mi trattiene, la curiosità.
E il dubbio.
Il dubbio, lo so da quando mi resi conto che zia Ketty  a volte aveva le tette e a volte no, è il grande motore del mondo. Infatti non mi detti pace fino a che non ebbi fra le mani le tette di plastica di zia Ketty.
Il mio dubbio è che alla fine di questa fiera il risultato sia di non concedermi i miei cinque bigliettoni.
Gli altri, quelli della via della dogana, sono ometti proni davanti a lei, in un certo senso sono machina ex deus. Uno di loro, quello con matasse di cotone ai lati della testa come Pampurio, lo chiamano avvocato. Più che principe del foro mi sembra un foro principesco, come quello del cesso alla turca.
L’altro lo chiamerei “la cuspide” data la forma della testa e all’apparenza è lo staffipendulo dell’avvocaticchio. 

Mio primo incarico è di tornare alla casa dove Bone intrattiene gli ospiti. Miss Berta sarà là ad attendermi per darmi le istruzioni del caso.
L’appuntamento è per l’indomani alle undici.
Rifiuto e propongo, questa volta oso,  le quattordici. Non voglio rischiare di perdere i manicaretti della mensa e dover dar fondo ai miei capitali ricorrendo ad una pizza con coca cola.
 Guardo fissi in volto i quattro mammut facendo contemporaneamente l’inequivocabile gesto di sfregare pollice ed indice, ma pare che non abbiano nemmeno l’esperienza di un boy scout per capire l’antifona.
Alla faccia degli avvocati.
Mi produco in più teatralità dei cantanti lirici quando escono per la comune, ma forse non mi trovo tra amanti della lirica ed il “partiam, partiam, partiam….” a loro non dice nulla. 
Non mi resta che abbandonare il congresso insalutato ed insalutante. 

Presentandomi, come ordinatomi, alla villa, questa volta pigio debitamente il pulsante del campanello  fuori dal cancello, ma non ne odo il suono. In compenso arriva Miss Berta, senza accompagnatore canino, mi fa entrare e salire verso l’ingresso principale.
L’interno dimostra di risalire a quando ancora gli architetti non erano chiamati a sconvolgere le abitazioni e le elementari necessità dei titolari con soluzioni bellissime solo per loro.
Una casa signorile ma sobria, essenziale, con qualche acchiappapolvere qua e là, senza esagerare.
E quadri alle pareti, non ridondanti, ma ben scelti.
La luce diafana che attraversa le cortine alle porte finestre diffonde chiarore discreto.
Attraversiamo alcuni locali, apparentemente salotti e soggiorni.
In una delle sale, vicino ad una finestra noto la presenza di un vecchio signore sprofondato in una poltrona, con una coperta sulle ginocchia e lo sguardo di colui che o pensa profondamente o non pensa affatto.
Decido per  la seconda ipotesi, visto che non mi degna della minima attenzione, malgrado, scuotendo la testa, continui a dire no, anche quando siamo già usciti dal suo campo visivo.
Destinazione guardaroba.
E’ tutto usato, naturalmente, ma da gente che non ha mai rivoltato un cappotto e non ha mai avuto la necessità di andare da uno di quei cosiddetti sarti che nelle sue braghe troppo grandi sorrette da bretelle, in un sottotetto, fa lavoretti di riadattamento, fra una minuscola caffettiera annerita ed un tegamino con un residuo di stelline in brodo di dadi messo a riscaldare insieme ad un antiquato ferro da stiro.
Miss Berta mi mette a nuovo rimpannucciandomi. Mi sento come una biscia che in primavera abbandona la vecchia pelle fra le pietre riscaldate dal nuovo sole.
E, come tocco finale, la cravatta, che solo una  donna sa giudicare dopo aver accostato l’una dopo l’altra al mio nuovo abito, mirando l’insieme alla giusta distanza, con occhio critico, fino a quando non trova quella che la appaga.
Ora sono un signore, ma mi sento dentro ad un mistero come fossi nel Cremlino della santa madre Russia.

Quando, tutto azzimato, mi appresto ancora una volta a chieder lumi, il comandante Berta mi ordina:
Si spogli e si rimetta la sua roba.
Con scarsa cortesia usa la terza persona, quella cosiddetta di cortesia.
Ci resto male, ma lei si degna di precisare:
Riprenderà a tempo debito quello che abbiamo scelto. Sarà avvisato in proposito, nel frattempo verrà aiutato a fornirsi di passaporto.
Ciò detto, mi precede verso l’uscita. Il vecchio in poltrona continua a dissentire da ciò che la sua testa nel suo intimo propone.
Deduco che proprio lui sia il padrone di casa, in balia di una baliante (o badante?) che fa il bello, il brutto ed il così così.
Mi sovviene un detto: “Noi siamo ciò che mangiamo”.
Nel ripassare davanti ai soliti dipinti mi pare di riconoscere alcune opere importanti, di quelle per le quali vengono da noi, pensa un po’, i giapponesi, intruppati e folti come coleotteri, con al collo prestigiose macchine fotografiche. Opere che,  a rigore, non dovrebbero figurare qui.
La novità del passaporto, insieme alla disputa delle dogane mi mette a disagio, non so perché, ma la prospettiva di passare la frontiera verso una destinazione ignota e verso un tran tran fuori dalle abitudini mi allarma. D’altra parte è chiaro che costoro hanno in mente l’estero, per me.

Conosce i canali per contattarmi, lei, e, prima che io mi illuda di esser uscito dai suoi interesst, mi convoca alla casa, stessa ora.
Sono tentato di mandarle a dire che, dolente,  affari urgenti mi impediscono di presentarmi.
Ma sa benissimo che di affari urgenti  se ne avessi sarebbero già andati perduti per i buchi che ho nelle tasche dei pantaloni.
E allora?  Io posso affermare ciò che mi pare, e lei non ha diritto di non credermi.
Ma  so che ci andrò. E allora cosa sto a menarmi il cervello in un su e giù di si e di no?
A metà strada fra le mie due orecchie viene elaborata una strategia. O mi dice che cosa coltiva nel ricettacolo fra le sue tette o se lo va a prendere  dove non arriva il sole e, quanto a me, me la filo iagliando intere matasse di corda.
Armato e forte, come li cavalieri antiqui, con questo granitico proposito, mi presento ancora una volta al cancello.
L’assenza del mastino mi dice che sono atteso.
Sarà che mi brama?
Dato il tipo algido scarto l’ipotesi come fosse il due di briscola.
Pettoruto come un gallo che brama  di non essere scambiato per un pollo, mi presento.
Mi affronta con:
Non vuol sapere cosa abbiamo in mente per lei?  Cerchi di essere meno arrendevole, ci serve un uomo dotato di una certa personalità.
Le donne, con la loro stregoneria, hanno la capacità di leggerti in faccia e, non solo fanno in modo da prevenirti, ma anche da colpevolizzarti.
Ecco perché con le donne o sei prono o sei pruno, nel senso di spinoso.
Non faccio in tempo a dirle che già più volte glielo ho chiesto che subito mi spiega:
Lei deve essere un professionista che porta all’estero alcuni quadri di valore affermando che sono dei falsi, delle riproduzioni.
All’estero dove?
Questo è da decidere.
Ma sono certo che lei ha già deciso.
Un lieve accenno ad un sorriso attraversa il suo volto di alabastro.
Diciamo allora che è da concordare. -  ribadisce.
Questa volta tocca a me fare lo stesso accenno, ma io preferisco esibirmi in una sana risata.
Miss Berta ridiventa all’istante seria e severa.
Non si permetta più illazioni e susseguenti manifestazioni sguaiate.
Parla bene la plissettata. Ne approfitto per dimostrarle che dei suoi rimproveri me ne faccio un  tirone come col tabacco da fiuto.
Non ho intenzione di popolare estere galere per farvi un favore.
Invece in galera ci andrà, per breve tempo. A tutto pensiamo noi.
Perché devo fidarmi?
Perché le conviene. Ma questo lo accerterà solo alla fine.
E se la fine fosse proprio la mia?
Con fare annoiato la Miss si volta e mi precede all’interno, come chi sa che le parole sono inutili ed è ora di passare ai fatti.
Mi consegna un pacco vouminoso.
Questi sono i suoi vestiti, quelli che abbiamo scelto. Ci si abitui. Appena sarà avvisato venga qui a fare una doccia e a mettersi in ordine. Le daremo il materiale e lei potrà partire, con le istruzioni finali.
Non tema, tutto è a posto e, salvo qualche momentaneo disagio, non rischia nulla.
Quella è la porta e quello è il cancello. Non lo dice, ma è come se lo dicesse.
Chiaro?

Seguono giorni di incertezza. L'amletico dilemma è, vado o non vado ? 
Di mettermi in ghingheri con i panni del vecchio dissenziente o di altri rimasti nell’ombra non ci penso nemmeno. Sapete com’è, nella migliore delle ipotesi tutti sono portati a pensare che tu ti sia approvvigionato in una casa di lusso nottetempo o di soppiatto, nella peggiore che tu ti sia  venduto ad una madama equivoca smaniosa di carne fresca che ti compensa rimettendoti a nuovo.
Tengo quella roba chiusa in un pacco di carta da giornale legata con una corda e la lascio affidata ad un aiuto cuoco della mensa col quale sono in buoni rapporti.
Ernesto ha un figlio di una decina d’anni per il quale stravede ed  io lo incoraggio  a stravedere. Correggo qualche compito di latino o di una lingua straniera che io a mala penaconosco  e decanto le lodi del ragazzo al padre anche se non c’è nulla da decantare. Sai com’è, l’orecchio più sensibile è quello che ascolta ciò che più desidera ascoltare.
A scuola gli impongono due idiomi stranieri, uno mi è noto, l’altro no, ma a quel livello si è sempre in grado di  azzeccare ciò che una lingua qualsiasi, di ceppo indoeuropeo, tiene celato.
Tutto questo non mi frutta manco un centesimo, ma una bistecca migliore, sì.
E tieni presente che di bistecche ce n’è una quantità assai limitata, a disposizione solitamente del personale di cucina.

M’importa poco di quell’abito e di quella camicia e cravatta, perchè è roba che, per convenienza, non posso indossare, e quasi me ne scordo. Se Ernesto mi vedesse con quella roba addosso smetterebbe di rifilarmi la bistecca T bone che lui stesso mi serve di soppiatto nell’angolo più remoto della mensa.
La cosa di cui non mi scordo sono quei cinque da cento che mi interessano ben di più dei lauti guadagni futuri promessimi. Pocheti e tocheti, come si dice..

Il giorno della doccia a casa di Bone mi vien da pensar male, più di quanto già non mi accadesse, della signorina Berta, se questo è il suo nome, cosa di cui incomincio a dubitare, così come dubito di tutto.
Una che se ne sta a guardarti mentre ti docci nudo come un verme, con le tendine aperte, anzi, inesistenti, non ti fa venire dei dubbi sul suo equilibrio cerebrosessuale?
A me non me ne frega niente, ma si vede che a lei invece sì. Buon per lei che non ho nulla da nascondere, non difetti nascosti o macchie di voglie e quanto al chiribio nulla da dire, è quello che signore ben più distinte di lei hanno apprezzato, anche con gridolini di approvazione.
Al termine, rimpannucciato come si deve, vengo indottrinato. E qui compare anche l’avvocato, che evidentemente si era tenuto in disparte in modo da non interferire sui disturbi mentali della guardona.
La sola cosa veramente importante, mi fanno capire, è che io insista a dire che i dipinti che porto con me sono dei falsi, delle riproduzioni, e che mi servono solo per fare omaggio a persone che li possono gradire ugualmente. 
Ciò che mi lascia interdetto è che mi assicurano che “qualunque cosa mi possa capitare” non devo preoccuparmi. Ma è proprio quel “qualunque cosa” che mi preoccupo.

Come da istruzioni, col mio pacco, uno e venti per zero novanta, infilo la via del nulla da dichiarare dopo lo sbarco da un monoplano (ma i biplani sono scomparsi dalle rotte dei cieli) che io, poco avezzo alle transumanze, non distinguo nè come marca né come tipo.
Un colosso infilato in una divisa color terra di siena con un berretto a visiera, una bocca che anche quando non parla mantiene il movimento mandibolare come un ventriloquo, a labbra serrate, masticando una qualche schifezza odor di menta piperita, mi blocca con una autorità che non lascia dubbi  sul suo ruolo o almeno su quello che gli hanno conferito e di cui si è pomposamente investito.
Mi blocca ma non so se mi guarda, perché nel vetro dei suoi ray ban neri vedo riflessa solo la mia immagine, leggermente deformata dalla convessità delle lenti.
E’ come se interloquissi con me stesso, anche perché le mie spiegazioni sul pacco che ho con me non paiono smuoverlo minimamente dall’inamovibile giudizio che si è fatto della mia persona.
Vengo perciò preso in consegna da altri due agenti che se ne stavano acquattati in disparte e accompagnato altrove, mentre il ventriloquo seguita a tener d’occhio altri transeunti  che, è evidente,  cercano di rendersi il più possibile incospicui.
Un tipo pure in divisa, più anziano ed anche un po’ più trasandato, seduto ad una scrivania sulla quale fanno bella mostra un grosso registro aperto ed, a lato, una macchina da scrivere di modello antiquato, mi impone di aprire il pacco su di un tavolo posto contro una parete della stanza. I due agenti restano un poco discosti a guardare.
Dopo che io, laboriosamente, ho liberato il contenuto del pacco sul tavolo, mi volgo a colui che comanda e attendo una sua decisione.
L’uomo si alza faticosamente dalla sua poltrona, con un profondo sospiro, e si degna di venire ad osservare la mia merce.
Una rapida occhiata gli basta per esprimere un definitivo giudizio, alla faccia dei periti che per fare l’esame di un dipinto ci mettono giorni e giorni, anche con i raggi x.
L’importazione e l’esportazione di opere d’arte senza apposite autorizzazioni sono proibite e condannate con severe pene. Lo sa questo?
Certo, -  rispondo con tentativo di rispetto, - ma non se si tratta di volgari falsi.
Lei sta tentando di far passare degli autentici per dei falsi, e questo è ancora più grave.
Rimarrà a nostra disposizione in attesa di giudizio.
Fa un cenno ai due taciturni ubbidienti e subito vengo accompagnato via, senza darmi il tempo di reagire o/e protestare.
Nel camerone dove mi portano ci sono altri due tipi apparentemente cubani o comunque centroamericani le cui facce mi raccontano subito una storia che parte dallo spinello e finisce con roba  pesante. Le mie frequentazioni con la strada mi insegnano.
Ora però sono un signore che frequenta l’ambiente degli artisti d’alto bordo e a questo devono credere dei buzzurri con camiciole color terra di siena coi bottoni lucidi che a stento trattengono la stoffa.
Naturalmente mi aspetto che si faccia vivo qualcuno dei miei mandanti per cavarmi d’impaccio e spero che  sia presto.
Invece no.
Così che da lì mi si porta con un cellulare (non il telefono) verso una sistemazione che ha l’aria di essere più definitiva.
Si tratta di una cella, già occupata da cinque individui dai quali non vengo accolto come un gradito ospite.  Cinque tizi, più tre coppie di letti a castello, più un water senza sedietta, più un lavandino che mi fa rimpiangere quelli del ricovero da dove vengo.
A chi spetta il compito di pulire i sanitari qua dentro? La domanda è lecita e la pongo con curiosità.
La risposta me la dà uno in canottiera e mutande, l’unico che pare averla udita o capita.
Risulta che spetta a me. Cioè, non a lui, proprio a me.
La cosa non mi soddisfa affatto, ma, in fondo, non mi meraviglia, anzi me l’aspettavo.
Con che cosa?
Col tuo culo.
E’ come nei dèjà vu, quando sai prima cosa vedrai subito dopo. 
Decido che non se ne fa niente, se le cose vanno bene per loro devono andar bene anche per me.
Ovviamente la cuccia a me riservata è la peggiore delle sei, la più bassa, di fronte alla porta. 
Non durerà molto. mi dico. Come sempre, la speranza è tenace, come una bistecca ricavata dai quarti anteriori.
L’unica distrazione è il momento della mensa, volendo fare un confronto, su questa non c’è nulla da eccepire rispetto all’altra, solo che non vi è traccia di pasta asciutta e abbonda invece di spezzatino con un sugo denso e patate fritte. Anche qui una mela chiude il menù.
Quando sarò ricco, penso, abolirò le mele dalle  diete. 
Dato che non ci forniscono di coltelli, la mela la dobbiamo mangiare a morsi, con la buccia, senza chiederci se è stata lavata.
In compenso posiamo consolarci ricordando che una al giorno toglie il medico di torno.

L’interrogatorio avviene in un locale sontuosamente arredato da nient’altro che un tavolo e due sedie, una delle quali mi viene gentilmente assegnata.
Dato che non mi resta altro da fare che ripetere ciò che ho detto fin dall’inizio, mi viene fatta firmare una deposizione dove sono riportate le mie affermazioni e senza indugio vengo riaccompagnato al mio alloggio.
Dove però trovo la mia cuccia occupata da un nuovo coinquilino. Le mie proteste a nulla servono, se non, dopo che faccio un pò di casino, a far venire le guardie che, poste di fronte alla inaspettata situazione, prendono in consegna il nuovo arrivato e lo fanno andare altrove.
Il che mi fa guadagnare un briciolo di prestigio nei confronti dei miei compagni di cella.
Passa una settimana che mi serve soltanto a farmi imparare a fumare.
Poi vengo rilasciato, ed è allora che rivedo davanti a me l’avvocato.
Sono tentato di sputargli in faccia e glielo faccio capire, però non eseguo, perché, in fondo, è la mia unica speranza.
Mi ridanno i miei panni in cambio del completo arancione che tutti qui indossano, miei per così dire, e pochi spiccioli che, mi dicono, è la mia paga da carcerato.
Siccome sono bravo in matematica, un breve calcolo mi dice che se stessi dentro una ventina d’anni potrei comprarmi un monolocale in periferia.
E’ così che mi assale la nostalgia del mio ricovero collettivo e della mia mensa.

Il giorno dopo torno a veleggiare verso i miei luoghi nella speranza almeno di rifarmi con i miei cinque da cento che ancora non mi sono stati dati.
Consolandomi, pensando che tutto è bene ciò che finisce bene.
In fatto di frasi fatte e di banalità sono un vero campione, non me ne vanto, ma me ne servo.

E così pasan los dias, muchos dias fino a quando non mi convocano con urgenza al solito posto.
Ci sono tutti, madama compresa, e lì mi mettono davanti delle carte dattiloscritte dicendomi di firmarle tutte. Siccome io sono un barbone ma non un illetterato, mi guardo bene dal farlo e mi metto tranquillamente a leggerle. Sono comsapevole del fatto che è seccante aspettare che uno legga tutto ciò che gli viene sottoposto in attesa che sottoscriva, ma nessuno può impedirmi di prender visione di ciò che avallo con il mio onorato nome.
Dolcezza è la prima a scocciarsi e mi assale con vibrate imposizioni di eseguire gli ordini.
Questo mi rincuora, perché è evidente che ora il coltello dalla parte giusta lo tengo io e ne approfitto per soppesare parola per parola. E’ la prima volta che sono messo nelle condizionio di conoscere tutta la storia e se non lo faccio ora attraverso le carte non lo sarò mai più. Lo sento.
Capisco più di quanto lascio credere a quei signori, e, con richieste continue di spiegazioni e di chiarimenti dei dettagli, li mando in bestia. A questo punto sbotto:
- Io sto ancora aspettando la paga che mi avevate promesso, ed anche l’altrettanto promesso compenso per i disagi subiti, al confronto la vostra attesa, che mi permetterà forse di esser certo che non mi volete fregare un’altra volta, è niente.
Se certe cose sono dette in modo deciso, specialmente quando siete consapevoli che voi siete il centro dell'attenzione, agli altri non resta che tacere e sbuffare. 
Prima o poi c’è sempre quello che ti dice:  -  Ma non ti fidi di noi?
E qui c’è il più gustoso e gustato NO che le intrepide corde vocali riescano a pronunciare.
Comunque, anche se la tiro per le lunghe, la storia è chiara.
Qualcuno ha avvisato chi di dovere che una persona, io nella fattispecie, sarei giunto alla dogana con degli autentici pezzi sostenendo che sono delle copie. Ed ecco l’arresto, fino a quando un vero esperto ha testimoniato che sono dei falsi, esattamente come avevo sostenuto io davanti a tutti.
Una ingegnosa architettazione, in combutta con qualcuno del luogo, ha trovato il modo di chiedere i danni a mio nome. Danni che ora, con queste carte, la mia firma esige che vangano pagati.
E si dimostra anche che io ero una persona importante che aveva affari andati a monte a causa del mio fermo.
La mia mano abbandona ostentatamente e rapidamente la penna come se provenisse da una sosta sui carboni ardenti  e asserisco che prima di firmare voglio consultare qualche esperto di mia fiducia.
Ora sì che si incazzano, ed è piacevole attendere che gli incazzati si scazzino, cosa che prima o poi, è nella logica delle cose, deve accadere.
E’ solo allora che con nonchalance (non so il francese) li saluto e me ne vado.
Senza la mia firma sono tutti a terra come uno pneumatico bucato.

Devi vedere come in seguito la damigella si degna di venirmi a cercare alla mensa col sorriso sulle strette labbra, un sorriso da far invidia a Maria Stuarda alla vista del ceppo.
Mi invita a tornare da loro per ricevere tutte le spiegazioni del caso.
Le faccio un cenno del capo come per dire che verrò, ma quando mi farò comodo.
Al che mi fa capire che sono già pronti quei cinque famosi.

Li vedo, finalmente. Sono disposti a ventaglio in bella mostra sul tavolo a formare una vistosa macchia di colore. 
Io fingo di non accorgermene e non li degno di attenzione.
Con sorrisi di incoraggiamento me li fanno notare, anzi, arrivano persino ad asserire che sono proprio i miei.
Da parte mia accenno solo al fatto che ci vuole ben altro per compensarmi dei disagi sofferti.
La poco diplomatica miss mi dice stridulamente di non tirare troppo a corda.
Altrimenti?  -  chiedo io?
Segue un silenzio che pare che ormai Aida e Radames si siano detti tutto il dicibile.
Voglio il giusto, la metà di quello che avete scritto nella richiesta.
In realtà non mi importa nulla di tutto il loro denaro, non so che farmene. La mia insistenza sull’ottenimento dei cinque era più una questione di principio che una necessità.
Quando uno ha soddisfatto i tre bisogni fondamentali, di mangiare, di vestirsi e di dormire, non necessita di altro e, se resta nei limiti di pochi spiccioli per pagare la donnetta che custodisce i cessi pubblici,  si risparmia denunce di redduti che non sai mai se son fatte nel modo giusto fino a che non sono passati sei anni, bollette energetiche incomprensibili che ti lasciano sempre la convinzione di esser stato fregato, spese condominiali che sono sicuramente una ruberia di amministratori, e via elencando. Persino al cinema puoi andare in certi giorni, con una speciale tessera che dichiara che tu, nullatenente, hai anche dei diritti. 
In fondo tu hai solo dei diritti e nessun dovere, persino l’ispettore poliziotto che si dice tuo amico ti rispetta, o, almeno, non ti perseguita.  Ma non ditelo in giro, altrimenti tutti si mettono a fare i barboni.

Ritrovarsi nel luogo degli incontri con quei personaggi mi offre un piacere segreto, quello di poter  guardarli in faccia, direttamente, mostrando quanto più possibile il mio dispezzo, con un tantino di ammirazione per miss Berta, la quale pare essere l'unico uomo della congrega, la sola dotata di fantasia, quella che potrebbe candidarsi nei miei progetti di delazione alla polizia.  Se potessi suffragare con delle prove.
Sono tentato di fare un bel gesto, di quelli che ti danno grande soddisfazione e nello stesso tempo sai che te ne  pentirai forse a lungo in futuro.
Chiedo una sigaretta ed i fiammiferi per accenderla.  Vengo subito servito con sollecitudine.
Prima che il fiammifero si spenga raccolgo il foglio da firmare e gli dò fuoco, davanti alle espressioni stranite dei presenti, poi raccolgo i cinque guadagnati ed esco dignitosamente.
Sono un signore, io.