domingo, 18 de noviembre de 2012
jueves, 11 de octubre de 2012
El pregonero de Uceda nº14
Esperando un resplandor.
Tal y como anda la situación política y económica en España, cuesta mucho diferenciar de dónde viene la CRISIS exactamente.
Nosotros como ciudadanos, y “gracias” a nuestra constitución, únicamente podemos participar en esta “Democracia” una vez cada cuatro años.
El resto del tiempo solo podemos enfadarnos, unos más participativos que otros, eso sí. Y con las últimas reformas legales, no tendremos mucho margen para participar muy “activamente”.
Me preocupa, como ciudadana y después como mujer, ver las encuestas de intención de voto, en la que cada cual se incrementa más y más la abstención. Como podemos abstenernos cuando cada “reforma” nos quita un derecho por el que luchó, y hasta pudo morir, algún antepasado nuestro. Cómo podemos faltar el respeto a toda esa generación que luchó por nuestro futuro, y peor aún, cómo podemos no luchar por el futuro de nuestros hijos y nietos.
Cómo es posible que escuche a una sola mujer en este país que diga la famosa frase: “para qué votar, si no me va a servir de nada”. Esas mujeres que murieron y fueron mal vistas por querer participar en la “Democracia”. Que no hace tanto tiempo en nuestro país una mujer no tenía derecho a reflejar en una urna un voto y una intención.
Obviamente vivimos una crisis económica devastadora, en la que es más importante proteger al que más tiene, que ayudar al que más lo necesita, pero es más preocupante que con la situación política actual en nuestro país, y en nuestros pueblos y ciudades, prefiramos abstenernos y castigar al que lo hace mal, con otro que sabemos que no lo va a hacer mejor.
Nadie debería pensar que votar es inútil, porque todos los votos cuentan, pero la única forma con la que podemos castigar al que lo hace mal, es votando, pero con cabeza y no solo con corazón, sino utilizando la información que nos bombardea a diario en Facebook, Twitter, blogs... No nos dejemos engañar por todo lo que nos cuentan, investiguemos, hablemos, debatamos, en definitiva, participemos. Porque nosotros tenemos el poder, cada cuatro años, pero lo tenemos, debemos aprovecharlo.
Espero que vuelva el resplandor del pueblo español, ese pueblo que es capaz de unirse, y no solo porque gane la roja.
Como un martillo en la pared.
Quién puede pensar que por pertenecer a un grupo de gobierno tiene el derecho de decir quién puede o no puede preguntar, incluso acudir a un lugar de reunión.
Quién tiene el derecho a realizar una gestión económica de un presupuesto de forma unilateral para un pueblo, y no debatirlo directamente con la ciudadanía que, no solamente va a disfrutar esa gestión, si no que contribuye económicamente con su sudor en ese presupuesto que se va a gestionar.
No puedo evitar preguntarme, si hay algún motivo oculto tras los comportamientos de algunos dirigentes políticos. No puedo creer que haya intención de ocultar nada, cuando siempre han intentado vendernos su transparencia. Pero podría suceder…
En pleno siglo XXI, qué dirigente político puede realizar un veto a una persona y también a la gente que le rodea. No puedo creer que la libertad sea en estos tiempos un lujo para nadie, pero podría suceder….Y la pena es que esta historia se repite en muchos pueblos en nuestro país… como un martillo en la pared.
Carmen Lourdes García
Tal y como anda la situación política y económica en España, cuesta mucho diferenciar de dónde viene la CRISIS exactamente.
Nosotros como ciudadanos, y “gracias” a nuestra constitución, únicamente podemos participar en esta “Democracia” una vez cada cuatro años.
El resto del tiempo solo podemos enfadarnos, unos más participativos que otros, eso sí. Y con las últimas reformas legales, no tendremos mucho margen para participar muy “activamente”.
Me preocupa, como ciudadana y después como mujer, ver las encuestas de intención de voto, en la que cada cual se incrementa más y más la abstención. Como podemos abstenernos cuando cada “reforma” nos quita un derecho por el que luchó, y hasta pudo morir, algún antepasado nuestro. Cómo podemos faltar el respeto a toda esa generación que luchó por nuestro futuro, y peor aún, cómo podemos no luchar por el futuro de nuestros hijos y nietos.
Cómo es posible que escuche a una sola mujer en este país que diga la famosa frase: “para qué votar, si no me va a servir de nada”. Esas mujeres que murieron y fueron mal vistas por querer participar en la “Democracia”. Que no hace tanto tiempo en nuestro país una mujer no tenía derecho a reflejar en una urna un voto y una intención.
Obviamente vivimos una crisis económica devastadora, en la que es más importante proteger al que más tiene, que ayudar al que más lo necesita, pero es más preocupante que con la situación política actual en nuestro país, y en nuestros pueblos y ciudades, prefiramos abstenernos y castigar al que lo hace mal, con otro que sabemos que no lo va a hacer mejor.
Nadie debería pensar que votar es inútil, porque todos los votos cuentan, pero la única forma con la que podemos castigar al que lo hace mal, es votando, pero con cabeza y no solo con corazón, sino utilizando la información que nos bombardea a diario en Facebook, Twitter, blogs... No nos dejemos engañar por todo lo que nos cuentan, investiguemos, hablemos, debatamos, en definitiva, participemos. Porque nosotros tenemos el poder, cada cuatro años, pero lo tenemos, debemos aprovecharlo.
Espero que vuelva el resplandor del pueblo español, ese pueblo que es capaz de unirse, y no solo porque gane la roja.
Como un martillo en la pared.
Quién puede pensar que por pertenecer a un grupo de gobierno tiene el derecho de decir quién puede o no puede preguntar, incluso acudir a un lugar de reunión.
Quién tiene el derecho a realizar una gestión económica de un presupuesto de forma unilateral para un pueblo, y no debatirlo directamente con la ciudadanía que, no solamente va a disfrutar esa gestión, si no que contribuye económicamente con su sudor en ese presupuesto que se va a gestionar.
No puedo evitar preguntarme, si hay algún motivo oculto tras los comportamientos de algunos dirigentes políticos. No puedo creer que haya intención de ocultar nada, cuando siempre han intentado vendernos su transparencia. Pero podría suceder…
En pleno siglo XXI, qué dirigente político puede realizar un veto a una persona y también a la gente que le rodea. No puedo creer que la libertad sea en estos tiempos un lujo para nadie, pero podría suceder….Y la pena es que esta historia se repite en muchos pueblos en nuestro país… como un martillo en la pared.
Carmen Lourdes García
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CODICE SEGRETO
Fernando Maria
Gutierrez de la Barca intinse un
pezzetto di pane nel caffelatte del mattino e diede un’occhiata all’orologio
appeso alla parete della cucina. Fra diciassette minuti sarebbe stato pronto
per uscire di casa e, dopo un percorso di soli sedici minuti, avrebbe varcato
il cancello d’ingresso dell’Istituto di Pegno.
Ogni mattina,
esclusa la domenica, alle sei e quarantacinque si alzava da letto, per la
verità sempre con un certo rammarico, ed iniziava tutto il rito delle abluzioni,
del radersi, del soffiarsi rumorosamente il naso, del bere il bicchiere d’acqua
fresca che tanto contribuiva alla regolarità dell’intestino, dell’indossare
l’abito da lavoro, quello che già da tempo era declassato da della festa, sopra
una camicia che diversi giorni prima la donna a ore gli aveva lavato.
Una radiolina posta
su di una mensola insieme al sale, al pepe, all’olio ed al peperoncino dava le
ultime notizie di morti ammazzati e di rapine, miste a pubblicità di biscotti e
di shampo per i capelli.
Quando uscì di casa
erano passati solo 10 minuti anziché i diciassette programmati.
Con compiacimento
si avviò. Passando davanti all’edicola dei giornali diede un’occhiata ai titoli
dei quotidiani poi proseguì e raggiunse l’Istituto.
Fernando Maria
Gutierrez de la Barca era un impiegato d’ordine che dall’età di 26 anni
lavorava presso quella istituzione e da sei anni compilava l’elenco degli oggetti riposti negli appositi scaffali in attesa che venissero
restituiti a coloro che li avevano affidati in cambio di modeste cifre, ben più basse del valore
intrinseco, o in attesa di essere portati nella sala delle aste.
Ogni giorno
aggiornava le liste di quegli oggetti e ne indicava il valore presunto.
Era un incarico di
fiducia e Fernando lo aveva otteuto dopo un paio d’anni passati prima come
fattorino, poi come impiegato di sportello e finalmente come accompagnatore
dell’incaricato alla cassaforte e controllore.
Gli oggetti portati
in pegno erano nella maggior parte piccoli monili, collanine, braccialetti,
orecchini, vecchie monete, perle, spesso anche di Maiorca, per i quali veniva
dato un corrispettivo in denaro
liquido.
Vi erano anche
pezzi di pregio, quadri d’autore, roba di antiquariato, collezioni rare
eccetera, che però venivano custoditi
nelle sale sotterranee dove si trovava anche la cassaforte che conteneva il contante a disposizione per compensare le cose
depositate o per tenere il denaro recuperato al momento dei riscatti.
Fernando aveva
ottenuto quell’impiego anche grazie al nome che portava, un nome che quando
egli aveva 14 anni era stato la sua disgrazia. Egli aveva appartenuto ad una
famiglia assai nota e benestante e, forse per questo, padre e madre erano stati uccisi nel momento culminante
della guerra civile. Fernando si era salvato non si sa se per la sua giovane
età o perché al momento rifugiatosi in un sottotetto ignorato dagli aguzzini
delle bande rosse che intendevano eliminare la vecchia borghesia.
Una attempata
sorella della madre, la zia Edvige, lo aveva accolto ed era rimasta ad amministrare i beni della
sua famiglia. Quale fosse il criterio usato nella amministrazione non fu mai
chiarito, fatto sta che, alla
morte della zia, risultò essere stato dilapidato ogni patrimonio, quello
del nipote e quello della zia stessa, patrimoni che non si seppe a quanto inizialmente ammontassero.
La zia era una
zitella briosa e godereccia, propensa a gettarsi fra le braccia di qualsiasi
giovanotto le facesse credere di
essersi invaghito di lei, cosa a cui ella, a dispetto della sua età non più
tenera, era sempre propensa a credere.
Fernando dunque si
era ritrovato povero in canna ma con un nome di prestigio.
Su questo nome
aveva contato per trovare un lavoro almeno dignitoso.
Gli studi erano
stati da tempo interrotti e grandi pretese non poteva avere. L’Istituto di
prestito su pegno rappresentava una sistemazione socialmente di tutto rispetto,
anche se lo stipendio non era tale da consentirgli divagazioni, se non di
fantasia.
E di fantasia
Fernando Maria Gutierrez de la Barca ne aveva abbastanza.
La cameretta con
uso di cucina e piccolo bagno che aveva trovato in affitto aveva il vantaggio
di non essere cara e di non essere distante dal luogo del lavoro. Una unica
finestra gli consentiva la visione di un quadrato di cielo e la poca luce che
penetrava da un cortiletto contribuva in parte a soddisfare la necessità di
illuminazione per poter leggere e cucinare.
La piccola radio
rappresentava l’unico diversivo ad un tenore di vita attento ad ogni spesa e
proibitivo per qualsiasi stravaganza.
Quando Fernando
arrivò al cancello dell’Istituto si fece aprire dal guardiano di notte e si
diresse al proprio tavolo da lavoro prima ancora di andare all’orologio registratore dove ogni dipendente, al momento
dell’ingresso, doveva apporre la propria firma e premere l’apposita leva per
stampare a lato l’ora ed i minuti.
Con occhio attento
all’orario, Fernando fece in modo da compiere l’operazione della timbratura
esattamente un minuto prima delle otto e trenta, ora ufficiale di inizio
lavoro.
Questa dilazione
gli permetteva di rimanere al suo tavolo circa sette minuti per una presenza
non ufficializzata.
Un attento
controllo con il suo orologio da taschino, una delle poche cose ereditate dal
padre, gli confermava il tempismo
previsto.
Gli altri impiegati
arrivavano un po’ trafelati esattamente alle otto e trenta o poco dopo.
Ogni minuto di
ritardo aveva come conseguenza la detrazione dell’equivalente di mezz’ora dalla
paga mensile, ma questo deterrente assai spesso non era sufficiente ad indurre
i colleghi di Fernando ad una maggior sollecitudine mattutina.
Anche la sua
puntualità aveva contribuito a fargli fare i salti di livello che da fattorino
lo avevano portato ad accompagnatore dell’addetto alla cassaforte ed a
controllore dei beni.
Come accompagnatore
era stato scelto anche grazie alla serietà di cui col tempo aveva dato prova.
Egli era più alto
del normale, con un colorito prossimo all’olivastro e capelli neri discriminati
al centro.
Un naso appuntito
ed una bocca con labbra carnose, insieme ad occhi tendenti al verde, lo
rendevano gradito alle poche donne di sua conoscenza, un paio delle quali
impiegate nell’Istituto.
Fernando non era
insensibile alle loro attenzioni, ma era sempre rimasto attento a non
compromettersi con implicazioni sentimentali, per le quali, del resto, non
aveva mostrato mai troppa propensione.
L’Istituto era un
vecchio edificio con spesse mura ed una distribuzione interna dei locali non
molto razionale, ben lontana da concetti moderni di praticità.
La parte destinata
al pubblico era un grande atrio con un bancone all’estremità ed uno sportello a
fianco dove un impiegato compilava una scheda riassuntiva degli oggetti che la
gente consegnava. Costoro dovevano poi passare ad altro locale, più stretto,
dove un’altra persona faceva una valutazione sulla base della descizione della
scheda e, se l’interessato accettava, versava la somma risultante.
In seguito un
fattorino prelevava gli oggetti, li consegnava ad una impiegata che attendeva
l’arrivo della scheda, compilava una sintesi dell’operazione dando poi una
sigla al tutto per distinguerlo da ogni altro, ed infine mandava oggetti e copia della scheda al magazzino.
Se gli oggetti
erano di particolare impegno o valore interveniva il direttore stesso ed iniziava una trattativa privata il cui
risultato dipendeva molto dall’importanza della persona che chiedeva il
prestito e dalle ragioni per le quali il prestito veniva chiesto.
In qualche caso
particolare erano i fattorini stessi che si recavano a casa del richiedente per
prelevare ciò che questi intendeva consegnare all’Istituto.
Quando era prevista
la consegna di una grossa somma, derivante dal pegno di oggetti di grande
valore, il direttore chiedeva autorizzazione alla banca di appoggio e faceva
richiesta delle somme di denaro necessarie al pagamento, oppure venivano emessi
assegni corrispondenti, a seconda dell’esigenza del cliente.
La seconda
impiegata aveva l’incarico della cura e della classificazione di ciò che veniva
considerato di particolare valore.
In tutto i
dipendenti dell’Istituto erano otto, il direttore, un addetto al ricevimento di
pegni, un esperto per la valutazione, due dattilografe, l’incaricato ai
controlli, cioè Fernando, e due fattorini.
L’addetto alla
cassaforte era di solito il direttore stesso, a meno che questi, per suoi
impegni diversi, cosa tuttavia assai rara, non incaricasse altri ad eseguire
questa operazione.
Dunque, ogni
giorno, poco dopo l’apertura dell’ufficio, il direttore e Fernando si recavano
nel sotterraneo per aprire la cassaforte. In effetti, chi apriva materialmente
la cassaforte era solo il direttore, il quale era giornalmente a conoscenza
della combinazione da imporre affinchè il portellone potesse essere aperto,
mentre Fernando rimaneva all’ingresso della stanza.
Chiunque invece
poteva accedere ai locali dove era posta la cassaforte e altro materiale di
valore, il quale ultimo rimaneva visibile ma chiuso oltre una cancellata con
sbarre di ferro.
Fernando era perciò
in grado di fare il controllo visivo degli oggetti di pregio, ma non accedere
ad essi e nemmeno poteva aprire la cassaforte, la cui combinazione cambiava
giornalmente secondo un programma automatico che ogni mattina metteva a
disposizione del direttore i dati validi da quel momento al mattino successivo.
I nuovi dati erano
prelevabili, stampigliati
all’interno della stessa cassaforte, aperta un’ultima volta con la
vecchia combinazione, quella del giorno precedente. O del sabato precedente.
La combinazione del
giorno precedente da quel momento, cioè dalla apertura del portellone, non era più valida ed era ormai priva
di valore.
In pratica,
Fernando poteva prendere visione di questo insieme di caratteri e numeri, fino
a quel momento noti solo al
direttore, poiché il promemoria
con la combinazione, ormai inutile, veniva cestinato.
Ed ecco che
Fernando, modesto impiegatuccio senza troppe ambizioni, trovava per sé un hobby duraturo grazie al quale
occupava ore della sua giornata,
sia sul lavoro, sia a casa, nell’elencazione, nella catalogazione e nello
studio delle combinazioni che giornalmente scadevano e venivano gettate.
Egli le
memorizzava, riservandosi di scriverle poi a casa sotto alle precedenti nel
lungo elenco.
Nessuna di quelle
combinazioni era più valida, erano tutte ed ognuna un insieme di caratteri
privi di significato e privi di qualsiasi utilità.
Perché dunque
dedicarsi ad una raccolta ed uno studio così assidui ed intensi?
Perché Fernando
aveva la convinzione che si potesse, una volta scoperto il trucco, il
meccanismo, la formula, l’algoritmo (ma questo termine allora non usava),
prevedere le future serie di caratteri che il ventre della cassaforte avrebbe
editato.
L’apertura
estemporanea da parte sua di quello scatolone di ferro sarebbe stato un
successo che lo abrebbe compensato di tutti gli sforzi fatti, in barba al
lavoro di fior di ingegneri che avevano progettato quel marchingegno.
Non era sua
intenzione appropriarsi del contenuto, non era posseduto da avidità per tutto
quel denaro. Voleva solo dimostrare a sé stesso che poteva riuscirci.
Poi l’avrebbe
richiusa. Forse.
Ma si chiedeva se
la tentazione sarebbe stata tanto forte da indurlo ad impossessarsi del
contenuto.
I rischi che tale
azione avrebbe comportato erano tali da dissuaderlo.
Il problema era:
nel caso fosse riuscito nel suo intento di far scattare il sistema di
serratura, pur non sottraendo nulla, avrebbe compromesso il programma di
aperture successivo. Perché il solo momento in cui avrebbe potuto provare era
al mattino, in quei pochi minuti di solitudine che da tempo stava sperimentando
con l’anticipazione dell’entrata in ufficio. Se in quel momento fosse riuscito
ad aprire quell’accidenti di portellone, sarebbe venuto a conoscere la
combinazione successiva, dopo di che ogni altro tentativo fatto in seguito dal
direttore, o chi per lui, sarebbe stato vano, e ciò avrebbe avuto conseguenze
imprevedibili.
Una soluzione
poteva essere quella di aprirla e lasciarla aperta , ma l’allarme sarebbe stato
grosso ed immediato.
A quel punto le
possibilità sarebbero state due.
La prima, segnalare subito di esser riusciti ad aprire la cassaforte con
lo scopo di dimostrare la vulnerabilità del sistema, senza prelevare nulla e
perciò dare una prova di onesta sagacia e interessamento al lavoro. La seconda,
impossessarsi di quanto più possibile e sparire. Per sempre.
Questa seconda
possibilità dipendeva sia dalla quantità di denaro che avrebbe potuto
prelevare, sia da quanto grande fosse il rischio di essere trovato e quindi
arrestato.
Inoltre, sparire
col malloppo non era facile, il tempo disponibile per tutta l’operazione era
minimo. Troppo poco. Né era possibile anticipare l’entrata in ufficio senza
renderne consapevole la guardia.
Queste
elucubrazioni ossessionavano le giornate di Fernando senza che trovasse una soluzione.
Nel frattempo
accumulava l’un dopo l’altro i dati delle combinazioni alla ricerca di un loro
ciclo che ne mostrasse la ripetività o la prevedibilità.
La combinazione era
costantemente formata da quattro lettere, poi due numeri ed infine altre due
lettere.
Fernando le
incolonnava e rimaneva a fissarle lunghe ore senza ricavarne un nesso, un
barlume di ricorrenza, una successione logica.
Salvo per i numeri
e per gli ultimi due caratteri.
Aveva notato che la
serie dei numeri si ripeteva dopo un certo tempo, scalando però di una unità.
Così, se per esempio
erano risultati validi per i giorni successivi, 12, 35,27,43, ecc. dopo un
certo tempo si aveva 11, 34, 26, 42.
Ed inoltre si verificava la costante assenza di numeri fra lo zero e il
nove, mentre al 10 succedeva un 99..
Era facile
prevedere il prossimo numero se si aveva nozione della serie in corso.
Ed egli
giornalmente verificava l’esattezza della previsione.
Gli ultimi due
caratteri seguivano una regola affine a quella dei numeri e quindi non
presentavano problemi.
Le prime quattro
lettere invece non rivelavano alcuna ripetitività, né alcuna regola di
programmazione.
Era su queste prime
quattro lettere che Fernando si scontrava senza riuscire a trovare il bandolo.
Quando fu orario
per la pausa del mezzogiorno, dopo che il direttore ed un paio degli impiegati furono usciti, un fattorino
chiuse la porta d’ingresso agli uffici ed il cancello esterno. Coloro che erano
rimasti all’interno si apprestavano a consumare la colazione che si erano
portati da casa riunendosi presso il bancone della sala di ricevimento.
Fernando,
contrariamente alla sua abitudine di rimanere al suo tavolo da lavoro, andò con
il suo panino e la sua bottiglietta di limonata ad unirsi agli altri.
Le due donne lo
accolsero con un sorriso mentre i maschi della compagnia mostrarono indifferenza.
Rosamaria, la più
anziana delle due, di qualche anno maggiore di Fernando, era sempre propensa a
mettergli in evidenza le sue grazie.
L’altra, Evelin,
benchè più giovane, rimaneva timidamente chiusa in sé stessa ed un poco in
disparte. Portava i capelli tirati all’indietro, riuniti sulla nuca in una
crocchia, occhiali da miope ed un grembiule attillato che non lasciava adito
all’immaginazione.
E, tuttavia, chi
avesse voluto soffermarsi a guardarla con maggiore attenzione avrebbe notato in
lei tratti niente affatto brutti. Un diverso modo di acconciarsi e di vestirsi
avrebbe fatto di lei una ragazza decisamente bella.
Ma Fernando preferì
mostrare maggiore interesse per Rosamaria, la quale esibiva una capigliatura di
colore tendente al rosso, chiaramente tinta, una discreta scollatura che mal
copriva un seno prorompente, due fianchi piuttosto voluminosi e due gambe
troppo sottili data la sua
corporatura.
Era però Rosamaria,
delle due, quella dotata di maggior iniziativa e quella che egli maggiormente
temeva potesse minacciarlo nel caso egli non avesse dimostrato di avere le attenzioni che lei stessa
sollecitava.
Gli altri due
uomini presenti erano in disparte a discutere di sport e di caccia.
Quando a sera fu
orario di fine lavoro, Fernando fece in modo di trovarsi dietro a Rosamaria
così che, invece di un semplice saluto di cortesia, ebbe modo di proporle di
accompagnarlo a prendere un caffè.
Aveva a lungo
pensato di fare questo passo ed a lungo aveva tergiversato, nel timore che il
gesto dovesse poi ripetersi troppo frequentemente con un sicuro aggravio di
spesa.
Rosamaria accettò,
fortunatamente a patto che una prossima volta fosse lei stessa a pagare la
consumazione. Chiaramente ciò non poteva avvenire senza formale protesta da
parte del cavaliere, ma certamente almeno qualche volta egli avrebbe permesso
che fosse lei ad offrire.
- Come
no! Siamo colleghi. – le aveva
risposto Fernando con un sorrisetto di complicità che poteva essere
interpretato in vari modi.
All’uscita dal bar
compitamente si salutarono ed ognuno di loro prese per la sua strada.
Fernando provava la
soddisfazione di chi ha iniziato una promettente operazione di copertura che
avrebbe anche potuto essere lunga ed impegnativa, ma tranquillizzante.
Come previsto le
cose andarono per le lunghe, con un caffè ogni sera, a volte pagato anche dalla
donna, non senza qualche accenno di protesta da parte del compagno.
Fino a quando
Rosamaria non manifestò la curiosità di sapere dove egli abitava e volle fare
una passeggiata con lui fino alla sua casa.
-
Mi piacerebbe vedere dove vivi, pensando
a te vorrei immaginarti nel tuo ambiente.-
La richiesta di
Rosamaria rompeva un ghiaccio che a lei pareva esser durato fin troppo tempo.
Fernando però non
aveva desiderato avere un approccio troppo ravvicinato con lei. Questo non
rientrava nei suoi piani, e tuttavia sapeva che prima o poi sarebbe stato
inevitabile.
Per il momento
aggirò l’ostacolo con la scusa che non era preparato a ricevere visite e si
vergognava dello stato in cui abitualmente si trovava il suo appartamentino da
scapolo.
-
Sarà per un’altra volta. – convennero
entrambi. Ma Rosamaria non accettò di buon grado
una ulteriore
dilazione a quell’incontro che aveva sperato finalmente di realizzare.
Ancora una volta si
salutarono dopo una breve passeggiata, con un certo imbarazzo.
Fernando si rendeva
conto che non era più possibile tirare la corda e che la buona armonia poteva
esser compromessa. Era pentito di aver accelerato i tempi, ma ormai poteva solo
ritardare di qualche giorno una serata un poco più intima.
Rimaneva l’assillo
di quei quattro caratteri iniziali che si ostinavano ad occultare la chiave del
sistema.
Il desiderio vivo di trovare la soluzione e la
fiducia in sé stesso gli avevano fatto precorrere i tempi impegnandolo più del
dovuto. Nel suo piano Rosamaria avrebbe avuto funzioni di copertura. Una sua
testimonianza sarebbe stata utile per scagionarlo, giocando attentamente sugli
orari e sulle presenze.
Mancavano ancora
alcune cose essenziali. In primo luogo la soluzione dei quattro caratteri,
secondariamente l’opportunità, poi ancora la creazione dell’alibi, che
Rosamaria avrebbe dovuto avvalorare, ed infine la dipartita o il permanere, coi
soldi o senza.
Troppe cose.
Dopo qualche giorno
si rese conto di aver sbagliato tutto, ma una cosa era deciso a fare, risolvere
il problema dei quattro caratteri. Senza questa soluzione tutto il resto era
inutile, se invece fosse riuscito a superare l’ostacolo avrebbe potuto
tranquillamente aspettare l’occasione e coglierla al volo quando si fosse
presentata.
La sera in cui si
decise a far salire Rosamaria nel suo alloggio volle che la donna ricevesse una
pessima impressione della casa e quindi di lui.
Fin dalla notte
prima aveva creato un disordine che mal si conciliava con la sua natura di
persona metodica. Aveva anche lasciato aperti alcuni vasetti di salsa e di
maionese e li aveva messi ben in vista sul davanzale della finestra, il letto
era rimasto disfatto ed alcuni calzini scompagnati erano stati buttati su di
una sdrucita poltrona foderata con una tela verde.
Entrato in casa,
seguito da Rosamaria, finse di darsi da fare a togliere di mezzo dei vecchi
giornali e nascondere i calzini, lasciando però il tempo affinchè la donna
avesse una visione dello stato delle cose.
La conversazione non
si elevò al di sopra delle solite banalità e soltanto quando lei si decise ad
andare verso la porta, Fernando capì che lasciandola uscire in quel modo
avrebbe sciupato tutto il lavoro portato avanti pazientemente fino a quel
punto.
Allora, standole
alle spalle, le mise le braccia attorno alla vita e l’attrasse a sé.
L’arrendevolezza di
lei lo mise in imbarazzo, ma si fece forza e, destreggiandosi un poco, ottenne
di farla rimanere altro tempo. Tempo rubato allo studio delle quattro lettere.
Fu soltanto dopo
diversi giorni che si rese conto di aver trascurato un particolare.
Rimanendo in
disparte dalla cassaforte e dal direttore che la maneggiava si era sempre
preoccupato di prendere visione successivamente della combinazione
inutilizzabile gettata nel cestino e mai aveva seguito i movimenti del
direttore stesso. Forse anche questa accortezza non avrebbe portato a niente,
ma valeva la pena prestare attenzione.
Notò allora che
l’uomo iniziava a premere i pulsanti del tastierino prima ancora di togliere di
tasca il foglio contenente la combinazione per copiare i caratteri. Dunque
aveva memorizzato la serie di caratteri e solo a lavoro iniziato controllava la
battitura.
Ciò accadeva quasi
sempre.
Fernando era
perplesso, tuttavia dedusse che memorizzare i primi quattro caratteri fosse
facile e naturale, non però tutta la serie della combinazione.
Era indispensabile
scoprire il mistero dei quattro caratteri se voleva agire alla prima
occasione. Era certo che nulla lo
avrebbe indotto a rinunciare.
Doveva solo crearsi
l’alibi e trovare il modo di trovarsi di fronte alla cassaforte al momento
giusto.
E il denaro?
La cosa migliore
era di aspettare che tutte queste variabili capitassero insieme, compresa
quella di una somma considerevole in custodia.
Purtroppo Fernando
non era al corrente dell’entità
delle somme depositate, tuttavia, da certi comportamenti sia del direttore, sia
degli addetti della banca alla consegna, riteneva di poter capire se la
quantità di denaro fosse considerevole o no.
Una sera uscì
dall’ufficio all’ora di chiusura esatta, di tutta fretta. Aveva avvertito in
precedenza Rosamaria che aveva urgenza di presentarsi ad un ufficio del
comune per una certa pratica e che
non la avrebbe aspettata.
Corse invece a casa
ed attese per un certo tempo, poi tornò all’Istituto, attese che il guardiano,
che lo conosceva bene, nel corso della sua ispezione si trovasse sul retro
dell’edificio e gli andò incontro di corsa, mostrando gran fretta. Gli spiegò
rapidamente che aveva dimenticato un documento personale sul suo tavolo e che
doveva recuperarlo prima che
chiudesse l’ufficio nel quale doveva portarlo.
Si fece dare la
chiave d’ingresso e scappò verso la porta.
Non appena dentro
fece rapidamente un calco della chiave con della pasta di argilla che si era
portato appresso e subito, senza perder altro tempo, uscì per riconsegnare la
chiave al guardiano.
A questo punto si
trovava ad avere la chiave d’ingresso all’ufficio e quasi la chiave della
cassaforte.
Il cancello esterno
non era un problema perché veniva chiuso solo a sera tardi, quando il guardiano
si ritirava all’interno della casa.
Da quel giorno
passarono diversi mesi, tutta l’estate, fino all’inverno successivo. Quando
l’oscurità della sera inizia nel tardo pomeriggio.
I rapporti con
Rosamaria erano stati oculatamente rallentati senza lasciarli cadere
completamente.
Un tran tran
settimanale li coltivava ma non li incrementava, lasciandoli più sullo stanco
che sull’attivo.
L’occasione d’oro
non arrivava, pareva che tutto cospirasse per non concedere a Fernando alcuna
possibilità, nemmeno di una prova.
Fino a quando non fu opportuno e necessario
riparare parti di intonaco degli uffici interni.
Ai muratori fu
concesso di fare il loro lavoro stanza per stanza, così da non compromettere
l’attività giornaliera dell’Istituto.
Fra gli attrezzi ed
il materiale che essi avevano portato c’era un grosso contenitore, simile ad
una botte, di polvere bianca, forse gesso, al quale i lavoranti attingevano
avendo cura di non esaurirne mai il contenuto che veniva spesso riportato al
colmo o quasi.
Quel contenitore
attirò l’attenzione di Fernando.
Gli operai
impiegavano circa un giorno per terminare una stanza, di quelle piccole, come
la stanzetta dell’addetto alla valutazione, molto più tempo per i locali
grandi.
A conti fatti il
loro lavoro poteva durare una decina di giorni.
Non aveva alcuna
idea di quanto denaro fosse custodito in cassaforte, ma sentiva di dover almeno
provare.
La stanza di
Evelin, attigua a quella del direttore, fu sgombrata per i lavori e la ragazza
dovette trasferirsi in altro locale. Lei stessa scelse quella, abbastanza
ampia, dove lavorava Fernando e vi fece collocare la sua scrivania, vincendo le
resistenze di Rosamaria che voleva averla vicina.
Per un paio di
giorni Evelin rimase buona buona al suo posto a maneggiare carte, poi, il terzo
giorno:
-
Che ne dici di questa opera d’arte?
questo mosaico? –
Si era avvicinata
al tavolo di lavoro di Fernando e gli aveva posato davanti un foglietto di
carta composto di tanti ritagli incollati sul retro con nastro adesivo
trasparente.
Fernando ebbe un
sussulto. Aveva riconosciuto uno dei
promemoria gettati dal direttore, raccolto da lui, poi ridotto a pezzi
ed infine gettato nella spazzatura, dopo opportuna ricopiatura.
Il giovane assunse
il più rapidamente possibile un’aria di indifferenza, poi chiese:
-
Cosa significa?
-
E’ proprio quello che volevo chiedere a
te - rispose Evelin -
è opera tua. –
Fernando rispose
con fare annoiato che forse si trattava di qualche appunto inutile gettato
nella spazzatura.
-
Di questi inutili appunti ne elimini uno
al giorno. Strano, vero? –
Evelin, con il suo
sguardo innocente lo fissava negli occhi ed attendeva una risposta precisa, pronta a controbattere, pacatamente ma
insistentemente.
Sembrava
compiacersi nel metterlo a disagio.
Poi sparò: - Io conosco la combinazione delle prime quattro
lettere. –
E se ne tornò al
suo posto senza aggiunger altro.
Fernando,
ammutolito ed imbarazzato, non seppe reagire e per il resto della giornata si
finse immerso nel suo lavoro,
cercando in realtà nella sua mente un modo per giustificare quelli che,
chiaramente, erano dubbi o supposizioni di Evelin.
A fine orario di
lavoro Evelin, che null’altro aveva detto, si tolse ostentatamente il grembiule
nero che sempre indossava, ripose gli occhiali e si aggiustò le calze
sollevando la gonna, così facendo mise in mostra un poco di coscia ed un corpo
insospettabilmente sinuoso. Infine lo salutò con uno smagliante sorriso.
Fernando si chiese
se non aveva sbagliato tutto, sottovalutando quella ragazza apparentemente
insignificante che si rivelava assai più accorta di quanto fino ad allora aveva
lasciato credere ed anche più attraente di come aveva voluto apparire.
Aveva ritenuto
Rosamaria pericolosa solo perché più ciarliera e sfacciata invece era l’acqua cheta di Evelin quella
dalla quale bisognava guardarsi.
Anzi, c’era poco da
guardarsi, Evelin aveva capito tutto il suo gioco e intuito la sua ossessione.
Non restava che
farsela alleata, almeno fino ad opera compiuta.
Tanto meglio se
Evelin davvero conosceva il mistero dei primi quattro caratteri.
Ma Rosamaria poteva
rimanere utile per l’alibi.
Passò una notte
insonne chiedendosi che fare.
Fu Evelin a
togliergli ogni dubbio.
-
Se sei giunto a capire come funzionano i
caratteri successivi io ti posso dire cosa fare con i primi quattro. E’ una
cosa che non arriverai mai a scoprire. Ma se le tue intenzioni sono quelle che
penso, io non devo essere esclusa dal gioco.
Fernando non voleva
vendersi così facilmente e a buon mercato. Cercò di tergiversare lasciando
capire che si, che forse, che magari, che chissà.
Evelin non gli
lasciò tempo.
-
Ora o mai più.
Il suo
atteggiamento era assolutamente deciso.
-
Il contenuto è tale – proseguì - che vale
la pena tentare. Non so quando ancora sarà così grosso.
-
Quanto grosso? - chiese lui.
-
Molto. - poi tacque e
non ci fu verso di farla tornare sull’argomento.
Solo verso la fine
della giornata Fernando azzardò
-
Chi altri sa dei nostri pensieri? -
poi si corresse - delle
nostre ipotesi?
Un sorrisetto,
scuotendo la testa, sottolineò la risposta.
-
Chi altri mai potrebbe?
Evelin non aveva
evidentemente gran stima dei suoi colleghi d’ufficio. Forse neanche di Fernando che tanto facilmente aveva fatto
trapelare il suo disegno.
La ragazza gli si
avvicinò con decisione, gli prese la testa fra le mani e lo baciò sulla bocca.
-
Siamo soci, al 50 per cento. Io so la
prima parte e tu la seconda.
-
Come hai potuto saperla? - Chiese lui timidamente.
-
Io faccio da segretaria al capo e lui non
ha avuto difficoltà a mettermi al corrente del segreto, anche perché senza la
seconda parte non serve a nulla.
-
Se tu non me la dici continuerà a non
servire a nulla.
Evelin si staccò da
lui ed assunse un atteggiamento serio.
-
Anche se tu non mi dici la tua. E’ per
questo che siamo soci. Ed è per questo che lo saremo sempre.
Dopo qualche tempo
aggiunse:
-
Ed è per questo che i tuoi rapporti con
Rosamaria devono cessare.
-
Rosamaria fa parte del piano. -
si lasciò scappare Fernando.
Si sentiva
incastrato, ma doveva riconoscere che la tanto sottovalutata Evelin, oltre ad
essere un bel tronco di ragazza, era anche una gran furba.
All’età
di 18 anni e fino quasi ai 20 Fernando Maria Gutierrez aveva prestato servizio
sotto le armi e, per quanto non ne avesse approfittato più di un paio di volte,
aveva imparato a farsi passare da ammalato facendosi aumentare la temperatura
corporea artificialmente e provocando a sé stesso disturbi fisici vari.
Ora era venuto il
momento di mettere in pratica qualcuno di quegli stratagemmi.
Nel pomeriggio,
dopo aver attuato qualche pratica di quelle che gli ufficiali medici scoprivano
benissimo ma che erano senz’altro ignote alla gente comune, andò dal direttore
con il viso congestionato e chiese di potersi assentare per malattia. Ottenuto
il permesso, si rivolse a Rosamaria per avvisarla dell’inconveniente.
Rosamaria si
offerse di passare da casa sua per somministrargli qualche rimedio e per
assicurarsi sul suo stato di salute.
Questo era
esattamente ciò che Fernando voleva.
Quella notte
doveva, notoriamente, essere a casa sua a letto con la febbre.
Il mattino dopo,
come d’abitudine, si presentò all’ufficio con qualche minuto di anticipo ed
attese con trepidazione l’arrivo, pure di qualche tempo anticipato di Evelin.
La ragazza battè i
primi quattro numeri e Fernando i caratteri seguenti.
Il portellone si
aprì e mise in evidenza la stampa della combinazione successiva.
Sveltamente i due
la tolsero, gettarono in un sacco di plastica tutte le mazzette di denaro alle
quali si trovarono di fronte, richiusero la cassaforte e infilarono il sacco
sul fondo del barile pieno di gesso in polvere dei muratori.
Ciò fatto,
entrarono nel bagno e si lavarono mani e braccia.
Proprio allora
iniziavano ad arrivare gli altri impiegati.
Fernando ed Evelin
si mescolarono tra loro e timbrarono il proprio cartellino.
Rosamaria vedendolo
al lavoro lo rimproverò per non esser rimasto almeno quel giorno a letto ed il
direttore pure gli chiese notizia del suo malessere.
Naturalmente,
rispose che gli antipiretici assunti avevano fatto il loro effetto e che se
l’era sentita di ritornare in ufficio. Avrebbe comunque avvisato se le cose
fossero peggiorate.
Quando il direttore
si presentò alla cassaforte per l’abituale operazione di apertura e prelievo
della prossima combinazione, il sistema non funzionò. Il portellone rimase
chiuso e non si mosse più malgrado vari successivi tentativi.
Non restava che
fare una chiamata alla casa costruttrice per avere aiuto, ma, poiché si era di
sabato, non se ne sarebbe parlato fino a lunedì, nel migliore dei casi.
L’inconveniente procurava
qualche disguido, ma non allarme.
Di fronte allo
scoramento del direttore che, dopo le varie prove, si dichiarava vinto,
Fernando propose di continuare lui stesso a ripetere più e più volte
l’operazione.
Il direttore
acconsentì, senza molto crederci, ma con qualche speranza.
Poiché la
situazione era tutta sotto controllo, venne dato a Fernando il foglio con
scritta la combinazione.
Fernando mostrò di
fare varie prove, senza risultato, poi a sera si dichiarò vinto e rinunciò a
fare qualsiasi altro tentativo.
Ora si doveva
prelevare il sacco di plastica, verificarne il contenuto, e, se del caso,
scappare dove nessuno lo avrebbe più cercato.
La cosa migliore
sarebbe stata quella di agire subito, intanto che nessun allarme era ancora
stato dato, ma nei fine settimana due guardiani rimanevano all’interno
dell’edificio dandosi il cambio ogni dozzina di ore.
Un altro pensiero
tornava insistentemente nella mente di Fernando, come liberarsi di Evelin.
Quando egli si
fosse eclissato, sempre che ne valesse la pena, sarebbe stato chiaro che il
furto era stato compiuto da lui. Sarebbe andato lontano e avrebbe cambiato
identità. Per tutto ciò aveva un piano, da tempo elaborato. Ma Evelin non aveva
fatto nessuna fatica per la messa in atto dell’operazione, il mistero dei
quattro caratteri lo aveva appreso dal suo capo e lo studio dei successivi era
stato tutto lavoro suo, di Fernando. Evelin aveva giocato solo con astuzia e
col mettere in mostra un poco di coscia. Troppo poco per potersi considerare
una partner.
Nel frattempo, per
il momento, era necessario mantenere la calma ed attendere il momento propizio
per uscire con il sacco.
Fra un paio di
giorni sarebbe scoppiato l’inferno. Fernando si propose di collaborare alle
indagini, per quanto nelle sue possibilità.
Per i tecnici fu
molto laborioso ottenere la riapertura del portellone e a nessuno fu dato
capire come la ottennero.
Certo è che alla
notizia che l’interno era vuoto il direttore trasecolò e tutti gli altri si
preoccuparono.
Giunsero subito
investigatori della polizia e funzionari della banca di appoggio.
Ed iniziarono gli
interrogatori e gli esami
ambientali.
Coloro che più di
ogni altro vennero tartassati furono i due guardiani ed i muratori, ma anche il
direttore fu sospettato e spremuto. Gli impiegati dovettero soltanto spiegare
particolareggiatamente le corcostanze e ciò che avvenne in quel paio di giorni
in cui si ebbe la mancata apertura della cassaforte.
I locali furono
esaminati uno ad uno alla ricerca di indizi del pasaggio di estranei, senza
risultato.
Intanto il lavoro
era ripreso, ma la cassaforte era rimasta aperta e vuota, a disposizione della
polizia e dei tecnici della casa costruttrice. Il denaro per le operazioni
correnti veniva prelevato dalla banca nelle quantità strettamente necessarie e,
quanto agli impiegati, fu loro chiesto di rimanere a disposizione per qualsiasi
chiarimento.
Fernando teneva
d’occhio il barile del gesso ed ogni volta che qualcuno gli si avvicinava
sentiva il cuore cambiare ritmo ed accelerare il battito. Anche quando ad
avvicinarsi era Evelin.
I due, ora che la
ragazza era tornata nel suo ufficio, non mostrarono mai di avere qualsiasi
rapporto fra loro e continuarono ad ignorarsi, con sollievo di Rosamaria.
Fernando, come
appunto aveva predisposto, risultò quella notte essere assente dall’Istituto
fin dal pomeriggio. Rosamaria asserì di averlo visto a letto febbricitante.
I guardiani furono
sostituiti ed ai muratori fu imposto di interrompere il lavoro, per un tempo
indeterminato.
Essi dunque si
apprestarono a ricaricare tutta la loro roba sul camioncino che li serviva ed
andarsene.
Nello stesso
momento Fernando si preparò una pallottola di carta velina e se la mise a lato
della bocca, fra la gengiva e la guancia, passò da Rosamaria per dirle che un
ascesso ad un dente lo costringeva ad andare subito dal dentista, evitò di
incontrare Evelin ed uscì prima che i muratori se ne andassero definitivamente.
Quando fu fuori,
dopo essersi accertato che il barile fosse caricato sul mezzo, si avvicinò loro
e propose, anche per limitare la perdita di fatturato, di fare un lavoretto
come quello fatto nell’Istituto in altro luogo. Purchè fosse subito.
I muratori
accettarono e Fernando li guidò alla sua casa facendo loro scaricare tutto il
materiale in cantina. Poi gli diede appuntamento per il giorno successivo al
momento della pausa pranzo per le indicazioni necessarie.
Ciò fatto, corse ad
una agenzia di viaggi e prenotò un volo per le Canarie per la mattina dopo, a
nome Manuel Torrealba, riservandosi di pagare al momento di fare l’accettazione
in aeroporto.
Sempre di gran
fretta si recò in un negozio di valigeria e comprò un bauletto particolarmente
robusto ed una borsa da viaggio da portare a tracolla. Se li fece mandare a
casa subito e là accorse ad attenderli.
Il suo programma,
da tempo delineato stava realizzandosi.
Un commilitone col
quale aveva stretto una intima amicizia era Francisco Ugarte, un canario che di
mestiere faceva il contrabbandiere, il baro ed il truffatore. Con costui aveva
mantenuto un rapporto epistolare regolare e, ultimamente, gli aveva chiesto,
non appena Fernando fosse arrivato nelle isole, di cambiargli identità, e di
fargli ottenere documenti falsi.
Una volta in
possesso di un passaporto al suo nuovo nome, si sarebbe fatto portare, sempre
con l’aiuto di Francisco, in Costa d’Avorio o in Liberia, o altrove, dove non
ci fosse l’estradizione.
Là sarebbe
diventato il Mister “bianco”, con tutti i vantaggi che ciò comporta in un paese
di negri.
Passò la notte a
rimirare le mazzette confezionate di pezzi da cento valutandone la consistenza,
sia come spessore che come quantità, con grande soddisfazione. Tolse alcuni
biglietti e li mise nel
portafoglio mentre qualche mazzetta la ripose nella borsa da viaggio. Il resto fu collocato sul fondo del
bauletto e coperto con camicie ed effetti personali.
La mattina
seguente, con una certa ansia, attese fino alle nove e trenta, poi scese a
fermare un taxi, vi caricò il bauletto e, borsa a tracolla, si fece portare
all’aeroporto.
Guardandosi attorno
alquanto timoroso, si avviò all’accettazione, consegnò il bauletto e pagò per
il volo, poi raggiunse la porta di uscita che l’addetto gli aveva indicato e,
dopo aver acquistato un giornale si mise proprio vicino alla porta col giornale
aperto immerso in una lettura che serviva più a proteggerlo da sguardi
indiscreti che ad acquisire notizie.
Non appena il gate
fu aperto si infilò nel corridoio, consegnò il biglietto e rapido andò a
sedersi nel sedile di classe turistica che una hostess gli aveva indicato.
Continuò a tenersi
coperto il più possibile con il giornale e rimase in ansia fino a decollo
avvenuto.
Quando era già in
volo cercò di dare una rapida occhiata in giro per vedere chi fossero gli altri
passeggeri. Nessun viso pareva noto e perciò si tranquillizzò, aggiustandosi
meglio nella sua poltrona.
Fernando in una
sola occasione aveva volato, quando era militare, ma tante volte al cinema
aveva visto come ogni cosa si svolgeva e pertanto aveva fatto tutte le
operazioni con una certa sicurezza.
La classe turistica
gli era stata data in quanto non aveva esplicitamente chiesto diversamente e
forse nemmeno sapeva che ci fosse anche una prima classe.
Da qualche tempo si
trovava sull’Atlantico quando la voce dell’altoparlante lo fece sussultare.
Una voce femminile
stava dicendo che il signor Fernando Gutierrez era atteso in prima classe.
Non diede subito
segno di aver ricevuto il messaggio. Prima pensò ad una omonimia, poi si chiese
come era possibile che qualcuno lo avesse riconosciuto.
Ansiosamente,
rimase fermo al suo posto.
Dopo qualche minuto
la voce ripetè il messaggio.
Nessun’altro si era
alzato, perciò Fernando Gutierrez doveva essere proprio lui.
Non poteva fingere
più a lungo che ciò non fosse.
Fece cenno alla
hostess che appunto passava a chiedere di Fernando Gutierrez e le disse che
quel signore era un suo amico che non aveva potuto arrivare in tempo
all’aeroporto, chiedendole inoltre chi lo stava cercando.
-
Una persona in prima classe ha chiesto
del signor Fernando Gutierrez, vada lei, se vuole, a spiegare come stanno le cose –
Fernando si alzò,
titubante, e si diresse verso la porta che la hostess gli aveva indicato.
In prima classe vi
erano poltrone più ampie con un tavolino a servizio di ogni due. Il giovane
percorse tutto il corridoio senza notare nessuno di sua conoscenza, poi tornò
indietro e, solo allora, si accorse di una ragazza bionda platino, con occhiali
da sole, assai sofisticata che, a gambe accavallate e sottana sopra al
ginocchio, lo fissava con un sorrisetto appena accennato.
Fernando si fermò,
come paralizzato.
-
Evelin - sussurrò.
-
Già, il nostro Fernando se ne va in
vacanza tutto solo, senza salutare gli amici - il sorrisetto
rimaneva a fior di
labbra. - Siediti - proseguì
Fernando si sedette
a lato rimuginando sul cosa dire. Evelin fermò una hostess e chiese due coppe
di champagne.
-
Bevi - gli disse
quando le coppe furono servite -
ti farà riprendere un poco di colore -
Fernando si sentiva
come un ragazzino scoperto a rubare la marmellata.
Solo che questa
volta la marmellata era piuttosto consistente.
Ci fu un lungo
silenzio.
Poi Fernando
chiese:
-
Ora mi puoi dire come era il mistero dei
quattro caratteri
-
Non c’è nessun mistero -
rispose lei con fare annoiato
- prima della combinazione
vera e propria bisogna battere quattro caratteri qualsiasi. - poi proseguì - bastava
chiederlo, il direttore lo avrebbe detto anche a te.
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